Capítulo 1

Sólo recuerdo la lluvia. Bueno, también me acuerdo de la gente, y de esa imperiosa necesidad suya de imitar la lluvia. Creo que lloraban porque sí, yo había sabido qué era llorar durante aquellos dos días atrás, y lo que mostraban no era pena por el señor Gutiérrez y la señora Molina. Yo no paraba de repetirme sus nombres, una y otra vez, para que no quedasen en el olvido. Así, ese era mi dolor ese día, no olvidarlos, para que la gente jamás los olvidase.

Pero eso iba a ser muy difícil.

Conforme la gente avanzaba, me miraba entre extrañada y agradecida. Extrañada, porque no veían ni un atisbo de que fuese a llorar en mi mirada. Agradecida, porque no tendrían que fingir más. Estúpidos.

Yo ya había llorado, sí, pero en soledad. No había esperado a estar delante de gente para notar aquel sabor amargo en mis desgastados labios. Quería guardar mi dolor para mí solo, había necesitado desahogarme durante día y noche para poder permanecer impasible a los -fingidos en su mayoría - llantos de la gente. Miré a mi tía, con la que, sabía, iba a pasar una gran parte del resto de mi vida.

Continué cavilando, pensando, el resto de la estúpida ceremonia. Se habían ido y no iban a volver, eso era algo seguro y punto.

El chico que había vivido felizmente con sus padres hasta el día de sus muertes tampoco iba a volver. Eso era algo seguro y punto.

Casi sin darme cuenta, ya estaba en el coche de mi tía, la hermana de mi madre. Ni me había atrevido a acercarme a los cuerpos inertes de mis padres, ni me había atrevido a acercar mis labios a sus fríos rostros. Quería recordarlos con total vitalidad, no quería volver a evocar nunca jamás el recuerdo de verlos a los dos tendidos sobre la cama el día de mi cumpleaños.

Conforme los árboles comenzaban a salpicar el campo tras pasar la frontera, España se me antojó amarga. Quizá porque ese era mi sentimiento.

Al final, llegamos a un pueblecito lleno de casas blancas, adornadas con flores. Aquello era el norte de España, si mis conocimientos sobre Geografía no fallaban. Sin mediar palabra, sin proferir un grito de bienvenida lleno de mal disimulada alegría, sin querer faltar a mis sentimientos, mi tío político vino a saludarnos cuando el coche se hubo parado. Creo que abrió la puerta del coche, no lo sé, el caso es que se abrió sola, pero sin estar nadie detrás de ella para haberla podido abrir.

Este hecho sin importancia fue el primero de una serie de acontecimientos muy extraños que comenzaron a pasar en mi vida. Y de qué manera.

 
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